Viaja al corazón del sur de Marruecos—atravesando montañas, compartiendo comidas caseras con familias bereberes, durmiendo bajo las estrellas del Sahara en Erg Chigaga y cabalgando camellos por dunas auténticas. Si buscas más que fotos, aquí encontrarás historias.
La primera mañana empieza temprano—con las mochilas listas, subimos hacia el Atlas antes de que el sol caliente el aire. El paso de Tizi n’Tichka es pura curva tras curva y vistas que sorprenden; se huele la resina de pino cuando bajas las ventanas. Al mediodía llegamos a Ouarzazate. Nuestro guía, Hassan, nos señala estudios de cine y antiguas kasbahs mientras recorremos la ciudad. El almuerzo es sencillo pero delicioso—pan plano y aceitunas en una cafetería al borde del camino. Por la tarde visitamos Agdz y Tamnougalt. La kasbah parece surgir de la tierra misma; muros de barro y palmerales que susurran con la brisa. La cena es al estilo familiar en nuestra casa de huéspedes—un tagine burbujeando con azafrán y limón.
Al día siguiente seguimos el río Draa hacia el sur. Zagora está polvorienta y llena de vida—los niños saludan al pasar. En Tamegroute, una familia local nos recibe para almorzar; su pan sale directo del horno de barro y el té de menta se sirve alto en vasitos pequeños. Paseamos por callejones estrechos llenos de cerámica verde antes de avanzar hacia el desierto. Ya por la tarde la arena empieza a invadir el camino—las dunas de Erg de Juif aparecen de repente, doradas bajo un cielo inmenso. En Chegaga, el humo de la hoguera se mezcla con el aire fresco de la noche mientras alguien toca el darbuka cerca. Miro hacia arriba: tantas estrellas que parece un sueño.
Despertar en una tienda nómada tiene su propio ritmo—el silencio aquí es distinto, roto solo por el sonido de las campanas de los camellos detrás del campamento. Tras el desayuno (café fuerte y pan dulce), montamos dromedarios para un paseo lento sobre la arena suave. Hay tiempo para charlar con los nómadas; a veces sus historias se cuentan más con gestos y sonrisas que con palabras. Al caer la tarde, regresamos a Ouarzazate, a un hotel pequeño que se siente casi demasiado cómodo tras el frío del desierto.
El último día nos lleva a Ait Ben Haddou—un lugar que te resultará familiar si has visto alguna película rodada en Marruecos. Nos perdemos por su laberinto de callejuelas antes de sentarnos a almorzar con vistas a las murallas del antiguo ksar. El camino de vuelta a Marrakech es tranquilo; todos estamos cansados, pero nadie quiere que esto termine todavía.
Sí—es ideal para familias y accesible para casi todas las edades. Hay asientos para bebés y en algunos lugares se pueden usar cochecitos. Solo ten en cuenta que hay trayectos largos y terreno irregular.
Lo mejor es llevar ropa por capas—el desierto es frío por la noche y caluroso de día. No olvides protector solar, gafas de sol, zapatos cómodos para caminar por kasbahs o dunas y quizá un pañuelo para el polvo.
Incluye desayunos y cenas todos los días; los almuerzos suelen ser con locales o en cafés en ruta. Se pueden preparar opciones vegetarianas—solo avisa a tu guía con anticipación.
Las tiendas del bivouac son bastante cómodas—cada una con cama y mantas. También hay baños básicos en el campamento.
Tu tour privado incluye transporte con aire acondicionado, alojamiento en riads tradicionales o casas de huéspedes con media pensión (una noche en tienda de lujo en bivouac), paseos en camello por las dunas de Erg Chigaga, visitas guiadas a kasbahs y pueblos bereberes—¡y mucho té de menta durante el camino!
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