Recorrerás los viñedos de Montalcino, probarás Brunello directo de las barricas, compartirás un almuerzo casero toscano en una granja en funcionamiento y encontrarás paz en la Abadía de Sant’Antimo—todo con una guía local que hace que la experiencia sea cercana. Al final del día, te llevarás más que sabores; ese aire de la colina se queda contigo.
Confieso que no esperaba sentirme tan pequeño entre esas colinas onduladas cerca de Siena—Montalcino tiene una manera de hacerte sentir humilde. Nuestra guía, Giulia, nos esperaba junto a San Domenico y desde el primer momento logró que todos nos relajáramos. El viaje hacia el sur fue tranquilo al principio, solo el zumbido de la furgoneta y esa luz temprana de la Toscana entrando por las ventanas. Cada vez que parábamos cerca de las vides, me llegaba el aroma de hierbas silvestres—¿romero quizá? Quizás fue mi imaginación, pero se quedó conmigo.
La primera bodega era familiar; se notaba en cómo el dueño saludó a Giulia con un abrazo y luego a nosotros con una sonrisa tímida. Paseamos entre barricas apiladas en bodegas frescas mientras ella nos explicaba que el Brunello di Montalcino necesita cinco años para estar listo. Intenté aparentar que entendía todo el rollo de barricas de roble versus castaño, pero en realidad solo pensaba en lo terroso que olía todo allí abajo. La cata me sorprendió: el Rosso era más fresco de lo que esperaba, casi juguetón, comparado con el Brunello que se sentía más… serio. Difícil de explicar si no los has probado juntos.
El almuerzo fue en otra bodega—una gran mesa bajo un viejo árbol de higo (creo que era higo). Había embutidos, quesos, bruschettas bañadas en aceite de oliva, pasta que sabía a receta de abuela, y vino que aparecía en mi copa antes de que me diera cuenta. El enólogo se sentó con nosotros un rato y trató de enseñarme a pronunciar “Montalcino” bien. Se rió cuando lo dije mal—supongo que mi italiano aún necesita práctica. Después del vino dulce y unas galletas de almendra (mucho mejores de lo que suenan), dimos un paseo por la finca. Todo se sentía con calma y sin prisas.
Paramos un rato en el pueblo de Montalcino—subimos a la fortaleza donde los últimos soldados de Siena resistieron contra Florencia hace siglos. Hay algo en esos muros de piedra que te invita a susurrar en vez de hablar en voz alta. La última parada fue la Abadía de Sant’Antimo—tan silenciosa que podías escuchar tu propia respiración rebotando en las piedras antiguas. De regreso a Siena, todos estábamos un poco dormidos pero contentos. A veces aún recuerdo esa vista desde la cima o lo bueno que sabe un café después de vino y pastel—ya sabes.
Es una excursión de día completo que empieza a las 9:30 am y regresa por la tarde.
Sí, incluye un almuerzo tradicional toscano en una bodega familiar con maridaje de vinos.
Visitarás tres bodegas diferentes en la zona de Montalcino para las degustaciones.
Te encontrarás con la guía en la iglesia de San Domenico en Siena; el transporte está incluido desde allí.
El menú principal incluye quesos locales, bruschettas, pasta con varias salsas y postres; no se detallan opciones específicas, pero podrían acomodarse si se avisa con anticipación.
Sí, habrá tiempo para explorar las plazas y calles de Montalcino a tu ritmo durante el tour.
Sí, visitarás la Abadía de Sant’Antimo para un momento de calma durante la excursión.
El grupo es pequeño, máximo ocho personas, para una experiencia más personalizada.
Tu día incluye transporte cómodo desde Siena, visitas guiadas y catas en tres bodegas diferentes (con mucho Brunello di Montalcino), tiempo para explorar el pueblo de Montalcino y la Abadía de Sant’Antimo, además de un almuerzo tradicional toscano en una finca familiar antes de regresar por la tarde.
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