Viaja desde Madrid a Ribera del Duero para un día de cata de doce vinos en cuatro bodegas — algunas clásicas, otras modernas— guiado por locales apasionados por esta tierra. Explora bodegas centenarias, comparte risas en un almuerzo hecho en la misma viña y regresa con más que nuevos favoritos: entenderás por qué esta región es tan especial.
“Aquí el vino es como la gente: necesita tiempo,” nos dijo nuestro guía Javier al salir a la fresca mañana madrileña. Me gustó esa frase. Era temprano y aún se notaba el aroma a café cuando se rió de mi intento de pronunciar “Tinto Fino”. El viaje hacia el norte fue como un suspiro lento, dejando atrás la ciudad para adentrarnos en el campo — la carretera serpenteaba entre campos que parecían medio dormidos bajo un cielo pálido. Cuando llegamos a Ribera del Duero, mis pies ya marcaban el ritmo con emoción contenida (y quizá un poco de nervios por probar doce vinos antes de comer).
La primera bodega era familiar — se notaba en la forma en que Sara nos recibió, con las manos aún llenas de harina de preparar el pan para el almuerzo. Nos llevó por unas escaleras de piedra hasta una bodega subterránea que olía a tierra y barricas viejas. La luz era suave y amarilla. Probamos un clarete rosado que al primer sorbo sabía casi salado, y luego algo más redondo. Hice demasiadas preguntas sobre su proceso biodinámico; Sara solo sonrió y sirvió otra copa. Las risas rebotaban en las paredes — no solo las nuestras, también las suyas, y eso hizo que todo se sintiera menos como una visita y más como estar con primos lejanos.
No esperaba sentirme tan pequeño entre las filas de viñas centenarias en La Aguilera. Javier nos contó cómo esas parcelas han sobrevivido guerras, heladas e incluso modas pasajeras en el vino — “Las viñas son más tercas que nosotros,” bromeó. En Dominio de Cair probamos directo de la barrica (te juro que sabe distinto), y luego nos sentamos a un aperitivo con queso que olía a la vez fuerte y dulce. Alguien comentó lo frío que se pone en estas bodegas; deseé haber traído una chaqueta extra, pero no me importó mucho. El frío hacía que la crianza se sintiera más cálida, de alguna manera.
Para la cuarta bodega, mis notas ya eran un caos — chocolate con reserva en Aster, las manos de Rodrigo teñidas de púrpura por la vendimia, historias de que solo hacen 250 botellas de un vino al año. La comida fue ruidosa y generosa: cordero asado que se deshacía, verduras locales bañadas en aceite de oliva, pan aún tibio. Intenté dar las gracias en español; Li se rió de mi torpeza pero me pasó más vino igual.
El regreso a Madrid se desdibujó bajo la luz del atardecer. Tenía la cabeza un poco mareada, pero clara para recordar las palabras de Javier sobre la paciencia — con el vino, con la gente, contigo mismo. A veces, al abrir una botella en casa, todavía me viene ese olor a bodega.
El tour incluye visitas a cuatro bodegas diferentes en Ribera del Duero.
Sí, la comida está incluida en una de las bodegas con platos típicos de la zona.
Puedes avisar sobre restricciones o alergias al reservar; no se pueden hacer cambios el mismo día.
Probarás doce vinos distintos a lo largo del día.
El tour incluye recogida en Madrid; revisa los detalles al reservar.
Sí, visitarás bodegas subterráneas con siglos de historia.
No, debido a escaleras y terreno irregular en bodegas y viñedos.
Sí, el perfume puede interferir con la percepción de los aromas del vino; es mejor no usarlo.
Tu día incluye recogida en Madrid en vehículo con aire acondicionado, visitas guiadas a cuatro bodegas (clásicas, modernas y familiares), catas de doce vinos diferentes incluyendo crianza y reserva, entrada a bodegas subterráneas históricas con temperaturas frescas (lleva chaqueta), agua embotellada y snacks si los necesitas, además de un almuerzo completo en una de las bodegas con especialidades regionales antes de regresar a Madrid por la tarde.
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