Viaja desde Baku hacia el norte salvaje de Azerbaiyán—descubre las surrealistas Montañas Rayadas, visita la comunidad judía de Guba y sube por caminos off-road hasta el pueblo de Khinaliq para un almuerzo casero con anfitriones locales. Risas, pan recién hecho y vistas que no olvidarás.
Ya estábamos a mitad del camino por la M1 cuando nuestro guía, Emin, señaló la montaña Beshbarmak—nos contó que los marineros la usaban como punto de referencia mucho antes del GPS. Las ventanas se empañaron un instante al dejar atrás la ciudad, y recuerdo el aroma a pan recién hecho que alguien llevaba en su bolsa mezclado con el aire fresco de la montaña. En Pir Hydyr Zundzha, Emin hizo una pausa para contarnos una historia sobre peregrinos—dijo que la gente local aún se detiene aquí a rezar, y vi a un anciano apoyar la palma en la pared de piedra con los ojos cerrados. Fue uno de esos momentos que no quieres interrumpir con fotos.
Las Montañas Rayadas parecen pintadas—franjas rosas y blancas que cruzan colinas de esquisto, algo que nunca había visto antes. Emin dijo que un escritor británico les puso ese nombre. Paramos para sacar fotos pero sobre todo nos quedamos mirando; el silencio es mayor de lo que imaginas, salvo por el viento que mueve la hierba seca. Seguimos hacia Guba y luego al pueblo judío conocido como “Jerusalén del Cáucaso”. Hay trece sinagogas (yo solo vi dos), y niños nos saludaban desde detrás de una cerca. Intenté decir hola en ruso y me respondieron con risitas.
Después del bosque de Qechresh (tan verde que casi duele a la vista), cambiamos a un jeep soviético para el tramo final. Esa parte fue intensa—el camino se pone muy irregular, a veces parece que vas más de lado que hacia adelante. En algún punto del cañón Gudyalchay me di cuenta de lo lejos que habíamos llegado; las nubes estaban tan bajas que rozaban el capó del coche. El almuerzo en Khinaliq fue dentro de una casa-museo familiar—cuatro platos sobre un mantel floreado, todos humeantes y con aromas muy caseros. El pan estaba recién salido del horno; creo que me comí la mitad del pan yo solo. La familia no hablaba mucho inglés, pero eso no importó—la risa estuvo presente de todos modos.
Sigo pensando en esa vista desde el pueblo de Khinaliq: los tejados amontonados en la ladera, águilas volando en círculos, todo tan silencioso salvo por voces lejanas y el tintinear de campanas de ovejas. Si alguna vez te preguntaste cómo se siente estar en un lugar “lejano”, esto es. El regreso fue distinto—supongo que cuando comes en casa de alguien, aunque no hables mucho, algo se queda contigo.
La excursión dura al menos 8 horas ida y vuelta por carretera desde Baku.
Sí, incluye recogida en hoteles del centro de Baku, excepto los de la calle Nizami o el casco antiguo—en esos casos, el punto de encuentro será fijo.
Cuatro platos tradicionales caseros de Azerbaiyán más pan recién horneado, servidos en la casa-museo de una familia local.
Sí, hay guías profesionales en inglés y ruso durante todo el recorrido.
Sí, se hace una parada en las Montañas Rayadas entre Baku y Guba.
Para el tramo final, tras el bosque de Qechresh, se usa un vehículo soviético todoterreno por el terreno difícil.
Es apta para todos los niveles físicos; los bebés pueden ir en brazos o en cochecito.
Tu día incluye recogida y regreso al hotel en Baku (o punto cercano), entradas a la reserva de Khinaliq, guía en inglés o ruso, transporte cómodo con aire acondicionado y paseo en jeep todoterreno hasta Khinaliq, además de un almuerzo tradicional completo servido por locales antes de volver por la tarde.
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