En un solo día sentirás dos mundos: el color holandés y el sabor francés, con paradas en mercados locales de Marigot, arena suave en Orient Bay y aviones en la salvaje pista de Maho. Guías amigables, historias auténticas y pequeños momentos sensoriales que recordarás mucho después de irte.
Ya estábamos subiendo la colina sobre Philipsburg cuando nuestro guía, Jean-Luc, empezó a señalar las casas pasteladas escondidas entre las palmeras. Apenas había terminado mi café y de repente apareció esa vista salvaje de Great Bay: arena dorada que se curva alrededor de un agua tan azul que parecía irreal. La brisa era salada y cálida. Alguien detrás mío dijo que olía a protector solar y pasteles (no iba tan errado). Paramos en Cole Bay Hill para sacar fotos; intenté capturar esa sensación de amplitud, pero honestamente, mi móvil no le hizo justicia.
No esperaba que el monumento fronterizo fuera tan... discreto. Sin guardias, solo un letrero simple donde Sint Maarten holandés se convierte en Saint-Martin francés. Jean-Luc bromeó que la gente cruza de un lado a otro por croissants o cerveza según el ánimo. En Marigot, paseamos por el mercado frente al mar: especias por todos lados, locales riendo de algo que no alcancé a entender. Compré una bolsita de canela a una señora con pendientes llamativos. Sonrió cuando me trabé con el “merci beaucoup”. La panadería a la vuelta tenía unos pasteles hojaldrados, aún calientes, y juro que la primera mordida me hizo detenerme en seco.
La siguiente parada fue la playa Orient Bay: arena suave bajo los pies, sombrillas alineadas como rayas de caramelo. Tuvimos como hora y media para disfrutar. Algunos se lanzaron directo a los cócteles; yo solo me recosté y escuché las olas con los dedos en el agua. Se olía el pescado a la parrilla que venía de uno de los bares de la playa (me arrepiento de no haber almorzado ahí). Más tarde, en Oyster Pond, todo se volvió más tranquilo: los barcos en la marina apenas se movían sobre el agua cristalina, el sol reflejándose en los mástiles.
La playa Maho es ruidosa de una forma que no esperas: el rugido de los motores de los jets te sacude el pecho cuando los aviones pasan rozando justo encima. Es casi absurdo lo cerca que llegan; todos sonríen como niños cuando sucede. Nuestro guía dijo que la gente viene solo por ese momento. Aún recuerdo esa ráfaga de viento y ruido mezclada con risas de extraños a mi lado en la arena.
El tour dura entre 4 y 6 horas, según el tráfico y el ritmo del grupo.
Sí, visitarás tanto Sint Maarten holandés como Saint-Martin francés durante el tour.
La recogida está incluida solo en hoteles o puerto de cruceros del lado holandés, no en hoteles del lado francés.
Las principales son Orient Bay Beach (lado francés) y vistas de Great Bay Beach; también Maho Beach para ver los aviones.
Los bebés son bienvenidos pero deben ir en el regazo de un adulto, ya que no hay espacio para cochecitos o sillas de auto.
Se incluye agua embotellada para todos los pasajeros durante todo el recorrido.
Tendrás unos 45 minutos para explorar el mercado al aire libre de Marigot y tomar un café o un pastel si quieres.
Sí, puedes elegir terminar el día en Philipsburg para hacer compras o comer antes de regresar caminando o en taxi acuático al puerto.
Tu experiencia incluye recogida en hotel o puerto de cruceros (lado holandés), agua embotellada durante todo el recorrido, paradas guiadas por Sint Maarten holandés y Saint-Martin francés—con tiempo en la playa Orient Bay, paseo por el mercado de Marigot, avistamiento de aviones en Maho Beach—y opciones para dejarte en el punto de inicio o en Philipsburg si quieres más tiempo en el centro antes de volver por tu cuenta.
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