Recorre medinas centenarias en Fez y los callejones azules de Chefchaouen, cruza el Sahara en camello bajo las estrellas de Merzouga, prueba tajines en pueblos de montaña y siente el pulso de Marrakech al atardecer. Todo con guías locales, riads acogedores y noches mágicas en el desierto. Más que tachar lugares, se trata de dejarte sorprender por Marruecos.
Todo empezó con la sonrisa de nuestro conductor en el aeropuerto de Casablanca—me saludó con energía a pesar del cansancio y, antes de arrancar, insistió en que tomáramos un té de menta. Intenté decir “shukran” bien, pero él solo se rió y soltó: “Ya lo dirás perfecto cuando lleguemos a Fez”. Así fue todo el viaje por Marruecos: la gente siempre primero. Recuerdo los azulejos verdes de la mezquita Hassan II brillando entre la neblina matinal y el eco suave de los pasos sobre el mármol—mucho más tranquilo de lo que imaginaba para un lugar tan grande.
El trayecto hacia el norte, rumbo a Chefchaouen, fue una sucesión de colinas y pastores de ovejas saludándonos desde el camino. Chefchaouen es como si alguien hubiera puesto un filtro azul a la realidad. Nos perdimos entre callejones que olían a jabón y naranjas. Un niño nos señaló la cascada de Ras el-Maa (quería mi galleta), y todavía escucho el sonido del agua mezclado con la llamada a la oración. Nuestro guía en Fez, Youssef, era un tipo flaco que conocía cada atajo de la medina; nos llevó entre montañas de cuero y cobre—en un momento me quedé atrás, hipnotizado por una fuente de mosaicos brillando al sol.
El día que llegamos a Merzouga, sentí que cambiábamos de mundo—las palmeras dieron paso a dunas y silencio absoluto. Montar en camello por el Erg Chebbi al atardecer fue raro (¡mis rodillas!) y a la vez increíblemente tranquilo; nuestro anfitrión bereber preparó té al carbón mientras las estrellas aparecían, afiladas como agujas en el cielo. A la mañana siguiente, tirarme en sandboard por una duna me dejó arena hasta en los dientes, pero la vista lo valía todo.
Las Gargantas del Dades son puro vértigo entre paredes rojas y curvas cerradas—no soy fan de las alturas, así que hubo risas nerviosas (el conductor repetía “¡no hay problema!”). Paramos en pueblitos donde las mujeres vendían higos sobre mantas de plástico, y almorzamos cerca de Ouarzazate: el tajín sabía ahumado y dulce, recién hecho en barro. En Marrakech ya había perdido la cuenta de cuántas veces alguien nos ayudó con una sonrisa o nos indicó el camino. La plaza Jemaa el-Fna al anochecer es puro caos: tambores, encantadores de serpientes, vendedores de zumo de naranja gritando precios—y, de alguna forma, todo encaja.
No dejo de pensar en esa última noche en el patio del riad—velas titilando sobre mosaicos, los pies cansados después de diez días de aventuras. Este tour por el desierto y las ciudades imperiales de Marruecos no fue perfecto ni predecible, pero quizá por eso se me quedó grabado.
Este viaje dura 10 días, comenzando en Casablanca y terminando en Marrakech o Casablanca según tu vuelo de regreso.
Sí, te recogemos en el aeropuerto al llegar a Casablanca y tienes traslados entre ciudades durante todo el tour.
Sí, pasarás una noche en un campamento de lujo entre las dunas de Merzouga tras un paseo en camello al atardecer.
Sí, hay visitas guiadas incluidas en Fez y Marrakech con guías locales de habla inglesa.
Te alojarás principalmente en riads o hoteles 4 estrellas y una noche en un campamento de lujo en el desierto de Merzouga.
En algunas visitas se incluye un almuerzo típico marroquí; el resto de las comidas son libres o se pueden organizar en el destino.
Sí, pueden viajar bebés y niños pequeños—el tour permite cochecitos para facilitar el recorrido.
Paradas principales: mezquita Hassan II en Casablanca, Chefchaouen azul, ruinas romanas de Volubilis, medina de Fez, paseo en camello por Merzouga, Gargantas del Dades, kasbahs de Ait Ben Haddou y la plaza Jemaa el-Fna en Marrakech.
Incluye recogida en el aeropuerto de Casablanca; transporte cómodo con combustible; nueve noches de alojamiento entre riads, hoteles 4 estrellas y una noche en campamento de lujo en las dunas de Merzouga; visitas guiadas en Fez y Marrakech; paseos en camello al atardecer y amanecer; sandboard en el desierto; y muchas oportunidades para probar la gastronomía marroquí antes del traslado final al aeropuerto de Casablanca o Marrakech, según tu vuelo.
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