Camina tranquilo junto a llamas dóciles por los cerros pintados de Purmamarca, guiado por un local que comparte historias sobre plantas nativas y remedios caseros. Risas por intentos torpes de quechua, tiempo para fotos y abrazos, y una ruta que se adapta a tu ritmo. Sencillo pero muy reconfortante — seguro recordarás esos momentos de silencio mucho después.
“Si quieres, puedes llevar la cuerda,” me dijo Martín mientras me pasaba la rienda. La llama me miró con un parpadeo, como si no estuviera muy impresionada, pero juro que sabía que estaba nervioso. Acabábamos de conocer a Martín en la plaza polvorienta de Purmamarca — saludó como si ya nos conociera. No había un grupo grande, solo nosotros y una pareja de Salta que no paraba de reírse del corte de pelo de su llama. El aire olía a pasto seco y a algo herbal que no lograba identificar. Es curioso cómo en poco tiempo empiezas a hablarle a una llama como si fuera lo más normal del mundo.
No apuramos el paso. Martín marcó un ritmo tranquilo — “llamaterapia”, lo llamó, y nos sacó una sonrisa a todos. Señaló unos arbustos con espinas (olvidé el nombre), y contó que su abuela los usaba para los dolores de cabeza. El camino serpenteaba entre tierra roja y piedritas que crujían bajo nuestros zapatos; a veces el viento soplaba y se hacía un silencio total, solo roto por el sonido de los cascos en la grava. La palabra clave aquí es “paseo con llamas en Purmamarca” pero, honestamente, se sentía más como una charla con viejos amigos que como un tour cualquiera.
Intenté decir gracias en quechua — ni cerca — y Martín se rió tanto que su llama lo miró como diciendo “¿otra vez?” Paramos para sacar fotos en una curva donde los cerros parecían pintados a rayas, y mis manos quedaron con un leve olor a lana después de acariciar a mi nuevo amigo de cuatro patas. A veces todavía recuerdo esa vista cuando el ruido de la ciudad me abruma. Al final, abrazamos a las llamas para las fotos (ellos lo toleraron) y nos quedamos ahí hasta que decidimos volver.
La caminata suele durar unas dos horas, pero se ajusta según lo que necesites.
Sí, los niños menores de 9 años comparten una llama con un adulto durante la actividad.
La experiencia es privada y personalizada para cada reserva.
Cada participante paga y recibe su propia llama; se permiten animales de servicio.
No se menciona recogida en hotel; hay opciones de transporte público cerca.
No se recomienda para personas embarazadas o con problemas cardiovasculares.
Sí, las llamas son amigables y permiten fotos de cerca e incluso abrazos si quieres.
Tu guía explica la geología, historia y plantas medicinales nativas durante el recorrido.
Tu día incluye una caminata privada por los cerros de Purmamarca con un guía local, una llama amigable por participante (los niños menores de 9 comparten), paradas para fotos y relatos sobre plantas nativas — todo a tu ritmo y con regreso cuando quieras.
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