Vivirás la historia en primera persona en sitios incas como Sacsayhuamán y Machu Picchu, probarás la comida andina en pueblos locales, comprarás sal en las minas de Maras y recorrerás la Montaña de los Siete Colores —todo con guías privados que conocen cada atajo y relato del camino.
Lo primero que me impactó al salir del aeropuerto en Cusco fue el aire fresco, más frío de lo que esperaba, incluso con el sol brillando. Nuestro guía nos esperaba justo en la zona de llegadas, sosteniendo un cartel con mi nombre (un pequeño alivio tras un vuelo temprano). Dejamos las maletas en un acogedor hotel 4 estrellas cerca de la Plaza de Armas antes de salir a recorrer la ciudad. Koricancha —el Templo del Sol— fue nuestra primera parada. Si miras con atención bajo la luz adecuada, las paredes aún brillan con restos de oro. Nuestro guía nos explicó cómo las iglesias españolas se construyeron sobre templos incas; puedes ver ambas historias superpuestas en la piedra.
Al subir hacia Sacsayhuamán, noté a vendedores ofreciendo hojas de coca y pequeñas llamas talladas cerca de la entrada. Las piedras aquí son enormes —algunas más altas que yo— y encajan tan perfectamente que no podrías meter una moneda entre ellas. Qenqo se siente distinto: pasadizos oscuros tallados en la roca, frescos y con eco en su interior. Luego visitamos Puca Pucara y Tambomachay; los canales de agua de Tambomachay aún fluyen claros y fríos, y los locales dicen que tocarla trae buena suerte. Regresamos a Cusco justo cuando el crepúsculo caía sobre los tejados.
La mañana siguiente empezó tranquila —un café en una cafetería de esquina mientras observábamos a los locales montar sus puestos— antes de dirigirnos al Valle Sagrado. Las terrazas de Pisaq se curvan por las laderas como escalones verdes; nuestro guía señaló dónde los agricultores aún siembran papas a mano. El almuerzo en Urubamba fue tipo buffet: sopa de quinua, maíz tostado y chicha morada (esa bebida de maíz morado está en todas partes). Las ruinas de Ollantaytambo se alzan sobre calles empedradas; subir hasta el Templo del Sol me dejó sin aliento, pero feliz por la vista.
Tomar el tren hacia Aguas Calientes fue como entrar en otro mundo —el río corriendo a nuestro lado, la niebla baja sobre la jungla densa. Nuestro hotel tenía grandes ventanas con vistas a colinas verdes; esa noche, nuestro guía pasó para explicarnos cada detalle del día en Machu Picchu (me gustó saber exactamente cuándo tendríamos que hacer fila para los buses).
¿Machu Picchu? Empezamos temprano —todavía hacía frío para llevar chaqueta— pero valió cada minuto. El sitio se abre con la luz suave de la mañana; llamas pasean entre las terrazas mientras las nubes se deslizan sobre el pico Huayna Picchu. Nuestro guía nos llevó por el circuito 1 (los tickets dependen de disponibilidad), explicando cómo funcionaba cada sector: templos, depósitos, incluso una antigua piedra reloj solar llamada Intihuatana. Después tuvimos tiempo libre en Aguas Calientes para almorzar —yo compré un tamal a un vendedor callejero antes de tomar el tren de regreso a Ollantaytambo.
El cuarto día nos llevó a Maras y Moray —campos salpicados de flores silvestres en esta época— y por caminos serpenteantes hasta las piscinas de sal que brillan blancas sobre la tierra roja. La sal tiene un sabor intenso en la lengua (te dejan probar un pellizco), y las mujeres locales venden pequeñas bolsas atadas con cuerda si quieres un recuerdo.
La caminata a la Montaña de los Siete Colores comenzó antes del amanecer —un desfile de luces de linternas y caras somnolientas envueltas en gorros y guantes. El desayuno fue sencillo pero reconfortante: panecillos, huevos y té caliente en el pueblo de Cusipata. La caminata no es broma por la altitud; tuve que parar varias veces para recuperar el aliento y observar manadas de alpacas pastando cerca. Cuando finalmente llegamos a la cima de Winicunca, los colores realmente se desplegaban en franjas sobre la montaña como si alguien las hubiera pintado —rojos, amarillos, turquesas bajo nubes cambiantes.
En nuestra última mañana hubo tiempo para pasear por la Plaza de Armas o unirse a una clase opcional de pisco sour (yo opté por un café). Los traslados al aeropuerto fueron fluidos —incluso nos ayudaron con consejos para el check-in de equipaje.
Los tickets para Machu Picchu dependen de la disponibilidad del Ministerio de Cultura de Perú; si no hay para tus fechas o se agotan los circuitos 1/2, recibirás un reembolso completo o podrás pagar un extra por otros circuitos si están disponibles.
La caminata es moderadamente exigente por la altitud —son aproximadamente 1.5 horas de subida y bajada por senderos irregulares. Debes estar en forma razonable; tómalo con calma si lo necesitas.
¡Sí! El almuerzo buffet está incluido en Urubamba durante el día en el Valle Sagrado; también se proporcionan desayuno y almuerzo en el día de la Montaña de los Siete Colores, además de otras comidas según el itinerario.
Tu hotel principal en Cusco guardará de forma segura el equipaje extra mientras te alojas en Aguas Calientes u otros lugares durante las excursiones.
Este tour incluye todas las entradas principales —incluyendo Machu Picchu (circuito 1 o 2), sitios del Valle Sagrado, minas de sal de Maras— y transporte privado durante toda tu estancia. Contarás con guías profesionales de habla inglesa en cada parada importante y hoteles cómodos de 4 estrellas cada noche (Cusco y Aguas Calientes). También están incluidos los viajes en tren entre Ollantaytambo y Aguas Calientes. Se proporcionan bastones para las caminatas si los necesitas; todos los traslados desde el aeropuerto o terminal de buses están organizados, así como la mayoría de las comidas listadas en tu itinerario.
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