Entrarás al Museo del Vino Frrud en Altamura con locales que lo reconstruyeron desde cero — tocarás herramientas centenarias, catarás tres vinos de la casa con focaccia y quesos, y compartirás risas con historias que no encontrarás en ninguna guía. Aquí no se trata solo de visitar, sino de sentir lo que hace único este lugar.
Paolo nos esperaba junto a la vieja puerta de madera cuando llegamos a Altamura — nos saludó con esa sonrisa ladeada y rápida que ves mucho por aquí. Dentro, el aire se sentía fresco y terroso, como en cualquier bodega, pero había algo más — tal vez un leve aroma a barricas antiguas o al pan que venía del piso de arriba. Paolo empezó a contarnos cómo él y Donato encontraron este lugar tras décadas de polvo y silencio. “Queríamos devolverle la vida,” dijo, pasando la mano por una pared de piedra que parecía más vieja que cualquiera que conozca. Se notaba que hablaba con el corazón. Intenté preguntar por una de las herramientas expuestas (parecía un instrumento de tortura medieval, para qué mentir), y Paolo se rió — al parecer, era para prensar uvas, no personas.
La visita al Museo del Vino Frrud se sentía más como pasear por los recuerdos de alguien que como un museo tradicional. Había estanterías llenas de botellas que atrapaban pequeños rayos de sol que se colaban, y por todos lados objetos — algunos oxidados, otros pulidos de nuevo — todos con historias que contar. Nuestra guía local nos explicó cómo pasaron meses sacando todo a la luz, reconstruyendo lo que aquí solía pasar. Mientras ella hablaba, no podía dejar de tocar una antigua máquina de tapar botellas; era fría y pesada, casi te anclaba al lugar. La palabra clave para mí aquí es “museo del vino Altamura” porque no es solo probar vinos, es vivir el proceso.
Y llegó el momento de la cata (por fin). Tres vinos de su bodega, cada uno servido con una pequeña historia — uno tenía un aroma a hierba que me recordó extrañamente a los campos de verano de casa. Lo acompañaron con focaccia recién hecha (todavía tibia), quesos desmenuzables y embutidos que dejaron a todos en silencio por un instante. Alguien intentó pronunciar “focaccia” bien y fue corregido por una señora mayor sentada cerca; nos guiñó un ojo como si compartiéramos un secreto. No esperaba sentir tanta conexión con desconocidos gracias al queso y el vino, pero… así fue.
Todavía recuerdo ese primer sorbo — no solo por el sabor, sino porque podías escuchar el orgullo de Paolo en cada palabra mientras servía. Todo duró poco más de una hora, pero me dejó con ganas de quedarme más tiempo, hacer más preguntas o simplemente sentarme entre esas piedras antiguas un rato. Si buscas una escapada desde Bari o alrededores, esta es una de esas paradas donde el tiempo parece ir distinto.
La visita guiada con cata dura aproximadamente 60 minutos.
Probarás pan local, focaccia, quesos, productos lácteos y embutidos junto con tres vinos.
Sí, tanto el transporte como la bodega son accesibles para sillas de ruedas.
Los bebés y niños pequeños pueden participar; se aceptan cochecitos, pero los bebés deben ir en el regazo de un adulto.
El museo del vino está en el centro de Altamura, con fácil acceso en transporte público.
Las visitas las conducen locales que restauraron la bodega, a menudo Paolo o Donato cuentan su historia personalmente.
La cata incluye tres vinos diferentes de su bodega.
La cata estándar incluye quesos y pan; también se sirven embutidos, pero se pueden omitir si se desea.
Tu visita incluye la entrada al Museo del Vino Frrud en Altamura con un tour guiado por locales que lo restauraron; catarás tres vinos de la casa acompañados de focaccia fresca, quesos regionales, productos lácteos y embutidos antes de volver a la vida de la ciudad.
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