Si quieres conocer el lado salvaje de Bolivia—salares infinitos, lagunas rosas llenas de flamencos y géiseres al amanecer—este tour de tres días por Uyuni lo tiene todo. Escucharás historias locales, probarás comida típica y dormirás en lugares que recordarás siempre.
El aire de la mañana en Uyuni era fresco y cortante mientras nos subíamos al 4x4—éramos seis, un poco dormidos pero llenos de emoción. Primera parada: el cementerio de trenes a las afueras del pueblo. Viejas locomotoras oxidadas se extendían bajo el cielo abierto, su metal crujía suavemente con el viento. Nuestro guía, Mario, nos contó cómo esos trenes conectaban Bolivia con la costa del Pacífico—hoy son solo un parque de juegos para viajeros y niños locales.
Seguimos rumbo a Colchani, un pueblito donde los trabajadores de la sal venden pequeñas bolsas y souvenirs curiosos. El aroma de empanadas recién hechas flotaba desde un puesto en la carretera—me compré una, aún calentita. Y entonces apareció el Salar de Uyuni: un blanco infinito que se pierde en todas direcciones. Es difícil explicar lo brillante que es; las gafas de sol son imprescindibles. En la Isla Incahuasi caminamos entre cactus gigantes—algunos más altos que nuestro jeep—y subimos para disfrutar de una vista que dejó a todos en silencio por un momento. La puesta de sol en el salar es única: rosas y naranjas rebotando en el suelo como en ningún otro lugar. Esa noche dormimos en un hostal de sal en San Juan del Rosario—las camas eran básicas, pero después de un día así, se duerme en cualquier sitio.
Al día siguiente arrancamos temprano y con frío—mi aliento se veía en el aire mientras nos dirigíamos a las lagunas de altura. Pasamos por el Salar de Chiguana (menos conocido que Uyuni pero igual de surrealista), y luego paramos en las lagunas Canapa y Hedionda. Flamencos por todas partes—algunos tan cerca que se escuchaban sus picos golpeando el agua. El desierto de Siloli parecía de otro planeta; el viento nos azotaba mientras sacábamos fotos junto al Árbol de Piedra, una roca volcánica con la forma exacta de su nombre. Ya por la tarde llegamos a la Laguna Colorada, con sus aguas rojas y miles de flamencos. Esa noche en el refugio Huayllajara fue rústica—seis camas por habitación, sin duchas—pero estábamos demasiado cansados para quejarse.
El último día comenzó antes del amanecer—hacía un frío intenso pero valió la pena para ver los géiseres del Sol de Mañana. El vapor silbaba a nuestro alrededor mientras el sol asomaba; logré fotos increíbles aunque la lente de mi móvil se empañaba con el calor. Más tarde nos relajamos en las termas de Polques (lleva bañador si quieres darte un chapuzón). El desierto Salvador Dalí parecía un cuadro—colores suaves y formas rocosas extrañas por todos lados. Terminamos en las lagunas Verde y Blanca, cerca del volcán Licancabur, antes de volver a Uyuni, polvorientos y felices, ya compartiendo fotos con nuevos amigos.
¡Sí! Es ideal para familias, pero ten en cuenta que algunas noches son básicas y la altitud puede ser difícil para niños pequeños o personas mayores.
Mejor lleva algo de efectivo para snacks o souvenirs en pueblos como Colchani—la mayoría no acepta tarjeta fuera de Uyuni.
Normalmente sí, solo avísanos al reservar para que el guía lo tenga en cuenta.
¡Capas de ropa! Las mañanas y noches son frías aunque el día esté soleado. Gafas de sol y protector solar son imprescindibles en el salar.
Tu reserva incluye transporte privado en 4x4, todas las comidas (desayuno, almuerzo y cena), dos noches de alojamiento básico (una en un hostal de sal) y un guía de habla hispana que conoce cada rincón de Uyuni y sus alrededores.
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