Camina por antiguos caminos incas en pueblos del Valle Sagrado, contempla Machu Picchu mientras las nubes acarician sus muros y sube la Montaña de Colores con guías locales que conocen cada atajo y leyenda.
La primera mañana arrancó antes del amanecer—el aire de Cusco estaba fresco mientras nos subíamos a la van. Nuestra guía, Julia, nos recibió con una sonrisa somnolienta y un termo de mate de coca (créeme, lo vas a agradecer para esos madrugones). La primera parada fue Chinchero; el pueblo apenas despertaba, con humo saliendo de hornos de barro. Vimos a las mujeres locales tejiendo telas de colores vivos—una incluso me dejó probar a hilar lana de alpaca. Las salineras de Maras brillaban bajo la luz de la mañana; se podía saborear la sal en el aire. Las terrazas circulares de Moray parecían de otro mundo, y Julia nos contó cómo los incas las usaban para experimentar con cultivos. Almorzamos en Urubamba algo sencillo pero reconfortante—trucha con sopa de quinoa en un lugarcito llamado Doña Rosa. Ya por la tarde, las piedras de Ollantaytambo estaban tibias al tacto mientras subíamos por las ruinas. El tren hacia Aguas Calientes recorrió valles justo cuando caía el crepúsculo; apenas sentí el cansancio al llegar al hostal Mariana Home.
El día siguiente empezó igual de temprano—desayunamos pan fresco y café fuerte en el hostal antes de tomar el bus hacia Machu Picchu. Hay algo especial en ese primer vistazo a la ciudadela entre la niebla; es más tranquilo de lo que imaginas si llegas temprano. Nuestra guía nos esperaba en la entrada y nos llevó por rincones ocultos de Machu Picchu que nunca había visto en fotos—el Templo del Sol, terrazas donde las llamas pastaban sin prisa. Tras el tour de dos horas, me quedé un rato solo, disfrutando cada detalle. De vuelta en Aguas Calientes al mediodía, comí en un café junto al río (vale la pena probar el ceviche de trucha) antes de tomar el tren de regreso al hotel Cusco Plaza.
El día de la Montaña de Colores empezó aún más temprano—¡recogida a las 4:30 am! El viaje a Cusipata fue tranquilo, con algunas cabezas dormidas y música andina suave en la radio. El desayuno fue caliente y contundente (huevos, pan, fruta), justo lo que necesitaba para lo que venía: una subida constante desde Chillihuani. La caminata no es fácil—el aire fino acelera el corazón—pero ver esos colores salvajes en Vinicunca es otra historia. Los locales venden chocolate caliente en la cima (me rendí y tomé una taza). Tuvimos 40 minutos para fotos y recuperar el aliento antes de bajar y almorzar en Cusipata—un guiso sencillo que supo a gloria después de tanto caminar. Volvimos a Cusco al atardecer; piernas cansadas pero el ánimo por las nubes.
La última mañana, empacar fue agridulce. El traslado al aeropuerto fue sin contratiempos, con tiempo de sobra antes del vuelo.
Es un reto moderado por la altura y las pendientes. La mayoría con buena condición física puede hacerlo—solo ve despacio y bebe mucha agua.
¡Sí! Puedes dejar tus maletas de forma segura en el hostal Mariana Home mientras exploras Machu Picchu y recogerlas después.
Incluye desayunos diarios y almuerzos en los días del Valle Sagrado y Montaña de Colores. Para otras comidas, como cenas o almuerzos en Aguas Calientes, puedes elegir por tu cuenta.
El viaje implica madrugones y caminatas en altura, por lo que es mejor para quienes tienen un nivel físico moderado.
El boleto de tren ida y vuelta a Aguas Calientes está incluido, junto con los buses hasta Machu Picchu. Contarás con un guía local experto en cada sitio, tres noches de alojamiento (hostal u hotel), entradas a todas las atracciones del itinerario y transporte cómodo entre paradas.
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