Recorrerás templos ancestrales, mercados vibrantes, lagos de altura, montañas multicolores y el icónico Machu Picchu—todo con guías locales expertos. Si buscas un Perú auténtico más allá de las postales (y buena comida en el camino), este viaje lo tiene todo sin prisas.
La primera mañana en Cusco me recibió con ese aire fresco de montaña—fino y frío, incluso con el sol brillando. Nuestro guía nos esperaba justo en el aeropuerto, lo que facilitó todo tras un vuelo largo. Recuerdo el mate de coca en el lobby del hotel; los locales lo recomiendan para la altura. Tuvimos unas horas para instalarnos antes de salir a nuestro primer encuentro con la historia de la ciudad. Koricancha fue nuestro punto de partida—un templo donde la luz del sol parece rebotar en cada piedra. El guía nos contó historias sobre el oro inca y la conquista española mientras recorríamos pasillos sombríos.
Más tarde, esa misma tarde, subimos por caminos serpenteantes hasta Sacsayhuamán. Las piedras allí son enormes—honestamente, no puedes evitar preguntarte cómo las apilaron tan perfectamente. Niños volaban cometas cerca y se escuchaban perros ladrando en algún lugar de la ladera. Qenqo se sentía distinto: más oscuro, casi misterioso dentro de esas rocas talladas. Al atardecer visitamos también Puca Pucara y Tambomachay—los canales de agua aún fluyen claros y fríos.
El día siguiente empezó temprano con un viaje por valles como un patchwork hacia las ruinas de Pisac y su bullicioso mercado. Los vendedores llamaban en quechua y español; compré maíz tostado a una anciana cerca de las escaleras de la iglesia—crujiente y salado, el snack perfecto para recorrer las terrazas sobre el río. El almuerzo en Urubamba fue tipo buffet—sopa de quinua y trucha a la parrilla (pruébala si tienes oportunidad). Luego visitamos las ruinas de Ollantaytambo; subir esas empinadas terrazas dejó mis piernas ardiendo, pero la vista sobre los techos rojos valió la pena.
Por la noche tomamos el tren hacia Aguas Calientes—ventanas abiertas lo justo para dejar entrar el aire fresco de la selva mezclado con olor a motor. Nuestro guía pasó luego por el hotel para repasar detalles de Machu Picchu (son estrictos con los circuitos; el nuestro fue el Circuito 1). La mañana siguiente estuvo llena de nervios y emoción—el primer bus sube antes del amanecer, ¡así que lleva chaqueta! Entrar a Machu Picchu mientras las nubes se levantaban de Huayna Picchu es algo que nunca olvidaré. La piedra es increíble de cerca; las llamas pasean como si fueran dueñas del lugar.
Después del almuerzo en el pueblo (me compré unas empanadas en un puesto callejero), tomamos el tren y luego el bus de regreso a Cusco—un día largo pero totalmente vale la pena. El cuarto día nos llevó a Maras y Moray: las salineras brillan blancas bajo el sol, y esas terrazas circulares profundas en Moray parecen de otro planeta. Las mujeres locales venden sal rosada aquí—un buen recuerdo si tienes espacio en la mochila.
El quinto día arrancó temprano para la Laguna Humantay. Desayuno sencillo—panecillos y café fuerte—en Mollepata antes de comenzar la caminata desde Soraypampa. La subida es dura (¡no te apresures!), pero llegar a ese lago turquesa rodeado de picos nevados es como entrar en una postal. Querrás guantes; el viento muerde fuerte allá arriba.
El día de la Montaña de los Siete Colores empieza aún más temprano—¡alarma a las 4 a.m.! Hay sopa caliente esperándote en Cusipata antes de iniciar la caminata hacia las laderas coloridas de Vinicunca. El sendero se llena, pero todos se animan cerca de la cima; el aire fino hace que cada paso cuente, pero ver esas franjas rojas y amarillas es impresionante.
El séptimo día nos llevó hacia el sur, pasando lagunas tranquilas hasta Q’eswachaka—el último puente inca tejido a mano que aún cruza el río Apurímac. Cruzarlo es emocionante y da nervios (se mueve más de lo que imaginas). Los locales lo reconstruyen cada año con cuerdas de pasto—una tradición más antigua que cualquier camino por aquí.
La última mañana fue tranquila: paseando por la Plaza de Armas de Cusco mientras músicos callejeros tocaban zampoñas cerca, entrando al Mercado de San Pedro por jugos frescos, y tomando fotos de esa famosa piedra de doce ángulos escondida en la calle Hatun Rumiyoc. Al mediodía ya estábamos listos para el traslado al aeropuerto—cansados pero con ganas de un día más.
Las entradas a Machu Picchu dependen de la disponibilidad del Ministerio de Cultura de Perú—están incluidas si hay cupo en los Circuitos 1 o 2; de lo contrario, te reembolsarán el paquete completo.
Ambas caminatas son exigentes por la altitud (más de 4,000 m), pero los guías mantienen un ritmo constante—se requiere buena condición física y ropa abrigada para las mañanas frías.
¡Sí! La mayoría de los días incluyen desayuno y almuerzo en lugares locales o buffets—espera platos andinos como sopa de quinua o trucha, además de mucho mate de coca para la altura.
Lo ideal es llevar ropa en capas: las mañanas son frías aunque haya sol; trae impermeable por si llueve y calzado resistente para senderos irregulares.
Este tour incluye traslados aeropuerto, todo el transporte terrestre entre sitios, guías profesionales de habla inglesa durante todo el recorrido (incluyendo Machu Picchu), entradas a las principales atracciones (sujetas a disponibilidad), viajes en tren entre Ollantaytambo/Aguas Calientes/Cusco, bastones para las caminatas de montaña, soporte de oxígeno si es necesario en las rutas de altura, además de desayunos y almuerzos diarios en restaurantes locales o buffets según el itinerario.
¿Necesitas ayuda para planear tu próxima actividad?