Recorre Chichén Itzá con guía local, prueba tortillas frescas en un pueblo maya, nada en un cenote de hacienda y termina el día paseando por las coloridas calles de Valladolid. Incluye comida y recogida ida y vuelta.
¿Alguna vez te has preguntado si la pirámide de Kukulkán se siente tan imponente en persona como en las fotos? Yo sí, hasta que llegamos a Chichén Itzá tras un camino serpenteante desde Mérida (la recogida fue temprano, pero al menos pude echar una siesta). Nuestro guía, Luis, tenía esa habilidad de hacer que las piedras antiguas cobraran vida: se detenía en medio de una frase cuando los pájaros cantaban o cuando una brisa movía las hojas alrededor del observatorio. El sol ya picaba fuerte a media mañana y yo no podía dejar de entrecerrar los ojos ante todas esas cabezas de serpiente talladas. Había gente, claro, pero no importaba; Luis señalaba detalles que jamás habría notado solo. Incluso se rió cuando intenté pronunciar “Xtabentún”—la verdad, lo arruiné por completo.
La parada en el pueblo maya me sorprendió. Vimos a mujeres estirando tortillas a mano (el aroma, mezcla de maíz caliente y humo de leña, flotaba en el aire), y nos dejaron probar una recién salida del comal. Dulce, terrosa, con un toque ahumado. Alguien nos sirvió un vasito de Xtabentún, dulce y raro, pero rico. Resulta que parte de la visita ayuda a financiar una escuela de inglés para niños locales; eso me quedó grabado más de lo que esperaba. La comida fue bulliciosa y animada, estilo buffet, con bailarines girando entre las mesas con vestidos coloridos, sus pies golpeando el suelo de azulejos. No todo fue de mi gusto (la salsa de pepita de calabaza es... curiosa), pero me encantó la cochinita pibil.
Nadar en el cenote fue casi surrealista después de tanto calor: el agua estaba helada, casi negra y cristalina bajo los árboles de la hacienda. Por un segundo bajo el agua no se escucha nada más que tu propia respiración rebotando en el silencio. La gente reía y chapoteaba; alguien dejó caer su GoPro en las profundidades azules (espero que la hayan encontrado). Ya por la tarde llegamos a Valladolid. La plaza principal vibraba con familias comiendo helado bajo grandes árboles que daban sombra, y nuestro guía nos mostró la catedral de San Servacio, cuya piedra aún conservaba el calor del sol. Compré un dulce de tamarindo raro a una vendedora que sonrió pero no dijo nada; seguro sabía que mi cara al probarlo sería todo un poema por lo ácido.
Me sigo acordando de ese primer bocado de tortilla y de lo tranquilo que se sintió flotar en ese cenote, como si el tiempo se detuviera un instante antes de subir de nuevo a la van rumbo a Mérida, Cancún o donde sea que esté mi próximo destino.
El tour completo dura casi todo el día, con 4-5 horas dedicadas al transporte ida y vuelta entre los puntos.
Sí, hay tiempo para nadar en un cenote ubicado dentro de una hacienda durante el tour.
Incluye un almuerzo buffet con platillos regionales yucatecos; las bebidas no están incluidas.
Sí, guías locales expertos te acompañan en Chichén Itzá y Valladolid.
Sí, la recogida y regreso al hotel están incluidos en la reserva.
Sí, se visita un pueblo maya donde puedes ver artesanías y probar comida tradicional.
No, los chalecos se proporcionan en el cenote como parte de la experiencia.
Tu día incluye recogida y regreso al hotel, visitas guiadas a Chichén Itzá y Valladolid, entradas a todos los sitios incluyendo el cenote de la hacienda (con chaleco salvavidas), agua embotellada durante el recorrido y un almuerzo buffet con platillos regionales antes de regresar cómodo a casa.
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